El lucrativo negocio de las universidades y la meritocracia

Por: Alfonso Suarez Arias

 “Hay dos tipos de educación, la que te enseña a ganarte la vida y la que te enseña a vivir”

Nada más indicador del estado cognitivo y cultural del país que las divulgaciones públicas sobre las Universidades, y más cuando se delata la descarada voracidad por enriquecimiento facilista de nominados pedagogos, dueños de éstas, encubiertos en «fundaciones», corporaciones y otras figuras de personas jurídicas a costa de una de las necesidades más apremiantes para la condición humana y a la vez Derecho fundamental: La educación.

Esta condición debe trascender los límites básicos y proporcionar «conocimiento», como esencia intelectual de las personas que deseen aprovecharlo en su competente desarrollo cultural irradiado a la comunidad y por ende al progreso de la nación.

Le repugna al ávido de formación intelectual, encontrar que existe una relación muy marcada entre cantidad de dinero con fuentes de enseñanza como la llave única para acceder al conocimiento, y más aún, que en el escenario están presentes sin pudor o recato alguno, celebérrimos personajes con trayectoria, poder y ostentación de calidades humanas pintarrajeadas con la corrupción, ejerciendo como paradigmas a seguir en el marco educativo.

Ahora, se puede afirmar que la corrupción ha socavado la buena reputación que se percibía del sistema educativo, equiparándose al mercantilista del sistema de salud o al simplemente comercial procedente del intercambio de verduras o cachivaches por una cierta cantidad de dinero.

Esa corrupción es el más peligroso obstáculo que se interpone en el proceso de enseñar con calidad y aprender con probidad e integridad, contrariando los principios académicos y conduciendo al mismo sistema educativo superior de todo el país a un colapso que desprestigia y permea negativamente el desarrollo social y económico.

El esnobismo contractual apunta exigir profesionales con rimbombantes títulos para ingresar por la puerta grande al mercado laboral y éstas Universidades, que si bien es cierto, muchas nacieron en los garajes familiares de las casas de visionarios educadores, rápidamente se alinearon como corporaciones, aprovechando una legislación favorable por tratarse de herramientas que dan satisfacción pronta a esa exigencia básica humana, ofrecen, promocionan y entregan en un santiamén; diplomas, títulos acartonados de diferentes especialidades y acreditaciones en saberes, estudios y conocimientos, que en la realidad no han llegado a transmitir, pero por los que si reciben sustanciosos estipendios.

La sociedad está en mora de acometer mecanismos para evitar que esa corrupción llegue a convertirse en un fenómeno preponderante que afecta la formación integral de las generaciones emergentes, y por tanto, desestabiliza la planeada prosperidad general.

El legislador también está retrasado en emprender con seriedad y responsabilidad la tan cacareada reforma educativa que a más de programas, metodología y estrategias pedagógicas, realmente útiles y pragmáticas, involucre la estructuración directiva, ejecutiva y financiera de las instituciones, controlando los continuos y persistentes intentos de lucro injustificado de sagaces conocedores del hambre intelectual provenida de la mala e inconclusa educación y a la vez ilustrativa del carácter del hombre de la calle.

¿Cómo exigir conocimientos, destrezas y aportes eruditos al individuo productivo, si el aparato que trasmite la sabiduría esta mohoso y corrupto?

No tardaremos en enterarnos de los ofrecimientos y exigencias de acartonadas especialidades académicas en “gestores y promotores de paz”, Especialistas, Maestrías y Doctorados  graduados con honores por fantasmagóricas “fundaciones universitarias” codirigidas por ex militantes guerrilleros o bacrim. Hay que reflexionar y no creer que esos pomposos y teatrales títulos vayan a suplir la mediocridad de profesionales y gobernantes legitimando el poder a la incultura y justificando el puesto por haber ganado en «meritocracia».

@SuarezAlfonso

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